POR: JORGE ENRIQUE PAVA QUICENO
¡Cómo duele mi país! En Colombia estamos asistiendo a lo que nos parecía tan lejano hace unos meses y que mirábamos con desdén e indiferencia, porque no era nuestro problema. Eso solo pasa en Venezuela -decíamos-, porque tiene su democracia fracturada; porque está padeciendo una dictadura; porque está gobernada por la corrupción e influida por fuerzas internacionales de izquierda que entraron a dominarla. ¡Eso es allende las fronteras! -decíamos-.
Pues bien: hoy somos nosotros quienes padecemos esta locura. Hoy es Colombia la que se descuaderna ante esa misma influencia internacional de izquierda radical terrorista que -con nombres propios hay qué decirlo-, encabezan Gustavo Petro y su séquito, las Farc, el ELN, Fecode y demás grupos al servicio de la desestabilización institucional. ¿O alguien cree que lo que pasa en las ciudades de Colombia es fruto del azar y la coincidencia? ¿Alguien cree que los asaltos a entidades bancarias, almacenes de cadena, droguerías, CAI, bienes públicos, centrales de transporte, bloqueo de carreteras, etc., son producto de fuerzas aisladas, sin coordinación o unidad de mando? ¿Alguien cree que los miles de millones de dólares que cuesta una organización para poner en jaque al país, salen de los bolsillos de estudiantes impúberes que son utilizados y expuestos como carne de cañón? ¡No! Aquí esta el narcotráfico, la minería ilegal, la corrupción y las fuerzas oscuras que se lucran de este río revuelto.
Y no quiero decir con esto que los millones de colombianos inconformes (entre quienes me incluyo) no tengamos razones para protestar. ¡No! La ausencia del Estado es total; la crisis y la corrupción de la justicia son monumentales; la reforma tributaria en medio de la pandemia, fue un exabrupto; la corrupción en los poderes públicos del Estado no tiene límites; la desigualdad es latente; y podríamos extendernos en razones y seguramente no acabaríamos. ¡Pero esa protesta la están desfigurando! La están llevando hasta donde quieren esas fuerzas oscuras que exacerban el odio, generan ignorancia, caos y destrucción para lograr sus cometidos. Y entonces exponen a millones de personas inocentes que piensan que esa masa se mueve uniforme, mientras muy adentro están individuos armados, vándalos, desadaptados, asesinos y terroristas utilizándolos como escudos humanos.
Y logran entonces su cometido: la fuerza pública (a la que respaldo, apoyo y respeto) hace presencia para garantizarles los derechos a la protesta a los inconformes pacíficos, y se ve obligada a utilizar la fuerza para controlar a los vándalos, destructores y terroristas. ¡Y se vuelven a desfigurar las protestas! ¡Se pierde el norte! Se convierte en una lucha entre manifestantes con justas causas, nobles ideales y sanos propósitos; y la fuerza pública que es estigmatizada, vapuleada y obligada a retirarse, so pena de ser lesionada, descuartizada o quemada viva por la turba. ¡La misma fuerza pública, que está instituida para garantizar el derecho a la protesta social, se ve impedida para garantizar también los derechos de las víctimas de la otra manifestación: la violenta! Y el pueblo inerme y desprotegido, queda a merced de los vándalos y el terrorismo, dirigidos desde unas cuantas curules del Congreso. ¡No es justo!
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Y ya en el campo local, Manizales es única. Lo que hemos visto en estos días es, en parte, producto de la irresponsabilidad, la estupidez y la imprudencia del alcalde. Es la consecuencia de un ególatra que, encabezando una marcha que le estaba expresamente prohibida, resultó acabando con la ciudad. Y el propio instigador es hoy víctima de sus secuaces. Con un agravante: él es víctima política y se estará doliendo de su pérdida de popularidad que, en últimas, es lo único que le preocupa; pero la Manizales de verdad, la que siente su ciudad, le aporta y la construye, afronta como víctima real las consecuencias económicas y sociales de ese niño jugando a ser alcalde. De ese niño para quien nos piden sus maquinadores tolerancia por su corta edad, pero a renglón seguido le permiten empeñar al municipio durante varios lustros. ¡Qué dolor de Patria!
¡Y esta es mi protesta, a la cual también tengo derecho!

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